8/12/2007

¡Empujen!

La energía del vehículo de comando se consumía rápidamente, la cantidad de blancos era sencillamente absurda, nunca en toda su existencia había visto Mel una cantidad de gente tan masiva, mientras los múltiples cañonazos de la artillería iban tapizando el terreno con cadáveres, nada de lo que Sinter había aprendido durante su vida en la órbita lo había preparado para ver a tantos seres humanos morir; pero la pregunta continuaba en su mente y en la de todos los otros ¿eran realmente humanos?
– Capturaron a otro – anunció Nemar.
– Se están volviendo descuidados – Sinter volvió a chequear los niveles de energía – si salimos de esta me gustaría ver a ese prisionero, aunque creo que no obtendremos más respuestas de este de las que obtuvimos del otro.
– Hay otra noticia – dijo Nemar un tanto insegura, Sinter no respondió al notar el nerviosismo de su asociada – Mónica, tu hermana, ha descendido de la órbita, se encuentra en medio de territorio controlado por el enemigo…
– ¿Cuándo te has enterado de esto?
– Justo ahora me ha llegado el comunicado; esta protegida por un buen escuadrón de sus mejores mujeres, sin embargo ha solicitado ayuda.
– Ubiquen sus coordenadas – ordenó Sinter en voz más alta – coordinen a todos los equipos que no se encuentren en una posición defensiva, que se nos unan; todos los demás debemos empujar desde ahora – hizo una señal a Nemar – abra las comunicaciones indique a las mujeres lo que está sucediendo.
Mientras Miranda corría una vez más a refugiarse entre las fuerzas de su escuadrón pudo escuchar el mensaje:
– La general Mónica Manzini se ha estrellado con un grupo considerable de nuestro ejército a quince kilómetros de donde nos encontramos ahora, debemos prestarles nuestra inmediata ayuda; todos nuestros esfuerzos se concentrarán ahora en dirección noroeste; la orden del almirante Sinter es ¡Empujen Ahora!
¿Ellas necesitan ayuda? – pensó Miranda – ¿que hay de nosotras? Estos sujetos siguen pululando y pululando.
De repente una de las plataformas saltó en medio de los enemigos, seguida de un grupo de autómatas, Miranda reconoció de inmediato las formas y colores del aparato del Sargento; todas las alarmas internas saltaron en Miranda ¡El macho se estaba arriesgando! Miranda no había visto aquello más que en un par de ocasiones; y siempre había terminado mal.
– ¡No nos haga esto Sargento! ¡Deténgase!
Los gritos de las mujeres no se hicieron esperar, pero ellas también saltaron de inmediato a proteger al hombre que continuaba avanzando ciegamente entre el fuego enemigo empujándolas en una loca carrera. Los soldados enemigos, pisoteados, abaleados, quemados y destrozados, en un principio no entendieron este cambio de táctica; acostumbrados al lento y seguro avanzar de las mujeres del matriarcado de pronto se encontraron con el camino libre en dirección a las ciudades del planeta mientras los robots del matriarcado se alejaban dejándolos en paz.
El terreno pantanoso se extendía entre Mel y su hermana, la mujer que había luchado junto a el durante tantas batallas ¿Qué hacía ella aquí abajo? No dejaba de preguntarse ¿Por qué no esta arriba ayudando a mi Padre?
Cuando las otras familias del matriarcado descubrieron que el planeta Dimitri, en torno al cual orbitaban los mayores establecimientos de la familia Sinter, había sido invadido por un enemigo desconocido; en lugar de unirse y colaborar para exterminar a esta amenaza exterior; encontraron que esta era la oportunidad ideal para librarse del yugo que las Sinter habían impuesto sobre el matriarcado durante los últimos veintiocho años. La rebelión se extendió a muchas de las principales familias incluyendo a la familia Jembe, antiguas poseedoras del poder antes de la era de las Sinter; De modo que las Sinter se encontraban en una guerra en dos frentes, por un lado combatiendo a un nuevo enemigo que desconocían, por el otro combatían a un viejo enemigo al que conocían demasiado bien. Lo peor en opinión de muchos era el terrible juego de alianzas y traiciones que debía practicarse. Mel podía vivirlo en carne propia, su padre, el gran almirante de la familia Sinter era Luis Jembe, antiguo gran almirante de la familia que hoy combatía; de igual manera muchos de los generales que hoy acompañaban a Mel eran precisamente aquellos generales (de ascendencia Jembe también) que su padre consideró que serían incapaces de combatir a su antigua familia.